LA IMPORTANCIA DEL TRABAJO FAMILIA-ESCUELA PARA FORMAR VALORES
Tiene mucha importancia social, construir una escuela en la que
la familia y el centro estén reflejados y participen en conjunto. Es decir,
crear una educación colectiva y ampliada en la que todos podamos
contribuir y de la que seamos partícipes con el fin de mejorar las capacidades
y resultados de nuestros alumnos y del entorno en general, fomentando buenos
valores. Una gran responsabilidad si tenemos en cuenta que en dichas
generaciones se sustentará nuestra sociedad del futuro. Una acción en la que
todos los agentes sociales tienen que estar involucrados con el objetivo de
crear y establecer redes de conexión duraderas y de confianza entre ellos.
Pero vayamos por partes. En los últimos tiempos, la
concepción y estructura que teníamos de la familia ha cambiado por completo. El
núcleo familiar por motivos de trabajo, nuevos pensamientos y formas de
vida, falta de tiempo, etc. empieza a
perder su función primaria de socialización, recayendo ésta, cada vez más en
las escuelas, a las que prácticamente ya se les exige una formación íntegra del
individuo. Por eso, es importante cambiar esta práctica y que las familias (y
resto de agentes) se impliquen mucho más en la educación del alumnado.
Es necesario crear nuevas formas de cooperación entre las
familias y los centros, establecer vínculos más cercanos entre los docentes y
los padres o que los equipos de los centros directivos sean más accesibles y
sirvan como puente entre los profesores y las familias para llegar a ese
entendimiento tan beneficioso para todos. De esta manera, un primer paso
importante que dar sería que los trabajadores educativos establezcan lazos de
unión con las familias ya que comparten intereses comunes. Como bien dice
Hargraves: “Desarrollar un profesionalismo que abra las escuelas y los
profesores a los padres y al público con un aprendizaje que vaya realmente en
dos direcciones.” Porque es realmente importante tanto para el alumno como para
la sociedad establecer estas alianzas entre los diferentes agentes
comunitarios.
Además, es de suma relevancia la idea de trabajar por
construir el compromiso entre padres, estudiantes y escuelas para crear nuevas
redes comunicativas y de asociación donde todos encontremos nuestro hogar,
donde nos sintamos parte de un todo y en definitiva, nos ayudemos. Y es que
como dicen que la unión hace la fuerza, es de ilusos desaprovechar este
potencial social que tan poco nos costaría crear y mantener y que tan buenos
resultados nos daría. En esta línea, los padres deberían superar los
sentimientos de desconocimiento e inseguridad
y participar con más asiduidad de la comunidad educativa de sus hijos.
Al igual que los profesores y la escuela, cuya actitud debería ser más cercana,
empática y comprensible.
La sociedad en general, está tan automatizada que busca
acabar su jornada laboral, marchar a casa y que su trabajo no sea cuestionado.
Por ello, es fundamental que los profesionales de la educación y los centros
adquieran un carácter más colaborativo y ofrezcan esa confianza que muchas
veces les falta a la hora de relacionarse con las familias. Éstas participarían
más del desarrollo escolar si tuvieran a profesionales que le dieran pie a
ello. Por el contrario, muchas veces se mantienen al margen por no querer “molestar”,
no salir de su zona de confort o no encontrar esa confianza con el educador de
su hijo, a quién se lo confía diariamente. Y es que si familias y centros se
unen, las posibilidades de éxito del alumno son superiores. Sin hablar, del
impacto positivo que tendría si además de la escuela y la familia, la comunidad
creara proyectos educativos que reforzaran lo aprendido en las aulas.
Desde otro punto de vista, fomentar la confianza entre la
gente y la virtud cívica mediante una red duradera de relaciones daría increíbles
frutos para la comunidad. Compartir recursos, información y experiencia;
cooperar y colaborar unos con otros sería fundamental para crear una sociedad más
justa y democrática.
Los niños pequeños aprenden con el ejemplo, por lo tanto
enseñarles los valores, implica un compromiso personal. Es necesario dar el
ejemplo con actos y palabras para que los niños los asimilen, los imiten y los
vivan. Por tanto, la enseñanza de los valores se inicia en el hogar, promovida
por el ser y el hacer de los padres y otros agentes de su entorno.
Paralelamente, en la escuela, estos valores, deberán ser ampliados y
fortalecidos. Por lo tanto es primordial trabajar tanto los aspectos
congestivos afectivos y procedimentales de igual forma para lograr formar en la
persona un desarrollo íntegro.
Los profesores deben aceptar y escuchar sugerencias y
reclamaciones, contar con más tutorías personalizadas y tiempo para estar con
las familias e intentar construir una visión colectiva de la educación.
Por otro lado, también las familias (siendo el núcleo de la
primera socialización) deben interesarse más por la educación de los alumnos,
participar en los proyectos con convencimiento y no por obligación, dejar de
ver a los docentes como “enemigos” y no dejar que éstos sean los únicos
responsables de la educación de sus hijos.
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